Sueño que sueño que estoy soñando.
Anoche soñé que soñaba. Y dentro de ese sueño, abrí los ojos y no estaba en la autocaravana. El suelo era frío, olía a hierro y a barro húmedo. Escuché ladridos, muchos, de esos que rebotan contra las paredes. Reconocí el sitio enseguida. La perrera. Pero algo era distinto. La luz entraba más suave, el aire pesaba menos. Y entre las jaulas vi a un perro joven, con una oreja recta y otra caída hacia delante y una mirada que todavía no sabía en qué confiar. Era yo. Me acerqué despacio. El joven Jack gruñó un poco, desconfiado, como si estuviera viendo un fantasma. —¿Quién eres? —me preguntó. —Soy tú, con algunos cuantos años más —le respondí. Se quedó mirándome con esa mezcla de miedo y curiosidad que sólo tienen los perros jóvenes. —¿Y cómo nos ha ido? —dijo. —Brutal —contesté—. Y tan rápido que apenas da tiempo de darse cuenta de todo lo vivido. Él olfateó el aire, dio un par de vueltas y me sonrió. —¿Vamos a correr? —¡Cómo no! —le dije—. Corramos una vez más. Salimos al campo. No sé d...